Me queda claro: reciclar ya no es solo una opción ecológica, se ha convertido en una necesidad compartida por todos.
Hoy en día, hasta el papel de oficina debe contar con certificaciones, sellos de calidad y toda clase de avales, algunos útiles, otros inventados para vender la idea de sostenibilidad.
Cuando encuentro hojas con información irrelevante pero un lado completamente blanco, las reutilizo: imprimo sobre ellas, escribo, les doy otra vida.
A mi derecha, un enorme cesto de basura guarda los restos de mi rutina: latas de refresco aplastadas, botellas de agua torcidas. Luego llega alguien, las recoge y las lleva a vender. Saca provecho de lo que otros ya dieron por perdido.
Pero no, el reciclaje no siempre es cosa de chiste.
Yo también lo hice alguna vez, pero con palabras. Reciclaba frases, argumentos, ideas. Y hoy pienso: ¿no deberían existir también normas no escritas para eso? ¿Alguna regla que diga “esa frase no la puedes usar con cualquiera”, o “eso que le dijiste a ella no es válido con él, porque son distintos, porque no se sienten igual”?
Yo, por ejemplo, llamo “nenas”, “preciosas” o “hijas” a mis sobrinas, primas, hermanas… y, con contadísimas excepciones, a dos o tres personas que, sin ser familia, se han ganado ese lugar en mi afecto.
Hoy releí algo (por andar de curioso unos minutos antes de irnos a comer).
Y, para ser franco, era exactamente lo mismo que me has dicho en otras ocasiones. No me gustó.
Una vez se me acusó de dedicar un texto a una novia que en realidad era para una ex. Desde entonces hice un juramento personal: jamás escribiría algo igual, parecido o similar para distintas personas. Que lo que digo cuando amo sea irrepetible. Que lo que entrego a alguien no lo pueda repetir con nadie más.
Quizá reciclar nos enseñó más de lo que pensábamos.
No solo a cuidar el papel, las botellas o las palabras, sino a preguntarnos qué tanto de lo que damos (y decimos) merece repetirse.
A veces creemos que basta con sentir algo para expresarlo igual, sin notar que cada persona carga su propia sintaxis emocional.
Y entonces uno entiende que no todo se recicla. Que hay frases que pierden su alma cuando se repiten, y sentimientos que, por dignidad, merecen ser únicos.
Quizá eso es lo más justo que podemos ofrecer: autenticidad, aunque duela.
Y si alguna vez se parece... que al menos no sea por descuido, sino por esa parte nuestra que aún no ha aprendido a olvidar del todo.